El pájaro automático de hace 2400 años y otros primeros autómatas de la historia
En el siglo VIII a. de C., Homero, en su célebre Ilíada, ya describe a servientes mecánicos dotados de inteligencia construidos por Hefesto, el dios de la metalurgia. Entre el 400-350 a. de C., Archytas de Tarentum contruyó un pájaro automático. Entre 262-190 a. de C., Apolonio de Perga inventó una serie de autómatas musicales impulsados por agua. Ctesibio también construyó autómatas musicales, cuya sonido lo creaba el paso del aire a través de diversos tubos.
Y es que el término robot, que significa esclavo, viene que ni pintado: la sociedad griega despreciaba el trabajo, que era propio de esclavos, como explícabamos aquí.
Arquímedes fue el primer gran descubridor de las potencialidades de las palancas, las poleas y los planos inclinados, así como de los aparatos mecánicos capaces de actuar como brazos y manos humanas.
Herón de Alejandría ideó un mecanismo que abría y cerraba de forma automática las puertas de un templo. Y también una máquina de aplicación litúrgica accionada por monedas, tal y como explica Antoni Escrig en su libro "El reloj milagroso":
En la entrada de templos, al introducir por una rendija una moneda de 5 dracmas, aparecía un pequeño chorro de agua para el lavado del rostro, a menudo obligatorio en los rituales religiosos. La moneda caía en un extremo de una palanca. Ésta bajaba, alzando el otro brazo que, acoplado a un válvula, dejaba pasar el agua. Cuando la moneda caía del extremo, la válvula volvía a su posición inicial, interrumpiendo el flujo del líquido purificador.
También Herón de Alejandría inventó muchos ingenios mecánicos que se movían, como estatuas animadas que representaban animales. Todo gracias a la hidráulica y rudimentarias máquinas de vapor.
En la Edad Media se desarrollaron muchísimo los aparatos mecánicos, sobre todo en el arte musical, pues los primeros grandes órganos eran obras maestras de ingeniería. En el Renacimiento, lo predominante fueron los relojes.
¿Conocen la torre del Reloj de la plaza de San Marcos, en Venecia? En 1540, el artesano Giannello Della Torre construyó para el emperador Carlos V un mecanismo con la forma de una joven que tocaba el laúd. La máquina caminaba en línea recta y en círculo, tocaba de verdad el laúd pulsando las cuerdas, y giraba la cabeza para mirar en derredor. Isaac y Salomón Caus se hicieron famosos por su pájaro mecánico que, sobre una rama, cantaba gracias a un mecanismo hidráulico. Luis XIV encargó al inventor alemán Gottfried Hautsch construir soldados mecánicos en movimiento, para los juegos del Delfín en Francia.
El obispo de Grossatesta, el papa Silvestre II o San Alberto Magno, todos ellos fueron constructores y dueños de autómatas. Con todo, muchos autómatas eran fraudulentos, como el Automatón de Maezal, que jugaba al ajedrez y había derrotado a príncipes y cortesanos, inventado por el barón Wolfgang von Kempelen, y que en realidad sólo era un fugitivo con las piernas amputadas que se escondía entre los engranajes de la máquina.
Autómatas asiáticos
Las civilizaciones antiguas como la china también disponían de sus propios autómatas y mecanismos automáticos, como el cnstruido en el siglo II por Zhang Heng, que era un detector de terremotos que señalaba la dirección del epicentro. Su intrincado funcionamiento lo explica así Antoni Escrig en la ya mencionada obra "El reloj milagroso":
básicamente constaba de un recipiente con ocho salidas (con forma de boca de dragón) en la parte superior. Dentro moraba un péndulo invertido en posición vertical. Cuando aparecía una onda sísmica la punta del péndulo se desplazaba y accionaba uno de los oho deslizantes, que a su vez desplazaban una bola que, por efecto de la gravedad, caía a través de uno de los ocho caminos hacia la boca de unos sapos situados en la parte infeior. Dependiendo por donde había salido la bola se detectaba la dirección del epicentro.
En Japón, construyeron un tigre que soplaba y se hacía servir como abanico. Se publicó no hace mucho el Karaturi kimon kaganigusa, un tratado sobre la tecnología de los autómatas. Construyeron muñecas capaces de moverse en todas las direcciones y de llevar una taza de té o de sake a su amo.
El escritor
Lo más parecido a nuestros autómatas, quizá, fue el escribano automático de Pierre Jacques-Droz, de 1774, pues no tiene un comportamiento totalmente definido, sino que es parcialmente programable: moja la pluma en un tintero y escribe una verdadera carta, compuesta por una cincuentena de caracteres que pueden ser decididos por el usuario.
O, si somos justos, el pato de Vaucanson. Un gracioso pato de cobre que es capaz de nadar, aletear, beber agua, comer grano extendiendo el cuello y moviendo la papada. Después digiere lo que ha comido mediante reacciones químicas que simulan las que acontecen en nuestro cuerpo y, al final, defecan. Tiene más de ochocientas piezas articuladas.
Fuente: Sergio Parra – xatakaciencia.com