Negación del Holocausto: Una visión personal
Dentro de la moda del «revisionismo histórico», definido como el falseamiento de la historia con fines políticos o religiosos (no la sana intención de aclarar la exactitud de ciertos hechos «oficialmente» establecidos), hay una tendencia desde mediados del siglo pasado a la negación del crimen más grande registrado contra un grupo racial o cultural: el Holocausto de la judería europea, hecho que provocó la inclusión de manera práctica en nuestro vocabulario del termino genocidio.
Tanto la «intelectualidad» europea de izquierdas como los grupos racistas de la derecha internacional (racistas en general, ya que no son específicamente antisemitas) por mencionar los extremos, tratan de «desmentir» y trivializar la única matanza industrializada de un grupo humano en la historia del mundo, aduciendo que se trata de un simple invento o al menos de una exageración histórica. ¿Cómo se explica esto, especialmente en la ilustrada Europa, en los democráticos Estados Unidos y en la tolerante Latinoamérica?
Los estudiosos de la psicología social manifiestan que dicho fenómeno es una obvia consecuencia de un sentido de culpa colectivo, cuya estrategia defensiva más común es intentar proyectar los crímenes y pecados propios o de los antepasados en contra de sus víctimas, especialmente por el hecho de que la indiferencia y en ocasiones el colaboracionismo de los pueblos europeos, tanto ocupados como asediados por los nazis, hicieron tanto o más que las balas, el gas y los trabajos forzados para virtualmente exterminar a los judíos europeos. También hay que tener en cuenta que muchos bancos europeos se enriquecieron con el saqueo de cientos de miles de familias judías despojadas de sus vidas y bienes (desde obras de arte hasta el oro de sus dientes) y enviadas a morir.
Todo esto constituye un crimen colectivo que señala inequívocamente a los pueblos de Europa, de modo que los voceros de este culpable subconsciente colectivo aseveran que el Holocausto es una ficción histórica, un «mito de viejas», inventado por la conspiración judía internacional cuyo bastión «colonialista» es Israel. En una cosa concuerdo con los negadores del Holocausto, y es que hay mitos acerca del mismo. Que hayan muerto seis millones de judíos es debatible. Debatible el número de almas, no el hecho en sí.
Esta famosa cifra es una estimación hecha en Nuremberg con base en los documentos nazis (muy meticulosos por cierto), los testimonios de las cabezas y verdugos del régimen y los censos nacionales de los habitantes judíos de la época. La estimación más precisa en dicho juicio fue de 5,7 millones (para ser mas exactos, 5,721.500), aunque algunos estudiosos serios de la época pensaban que este número era exagerado y lo estimaron en «solo» 4,5 millones (1).
Ignoro si estas cifras «conservadoras» incluyen únicamente a los que murieron en los campos de concentración, o si incluye el exterminio in situ de poblaciones enteras a medida que el ejército alemán iba avanzando en Europa del Este y las SS matando a granel. También habría que incluir la destrucción de todos los guetos en las ciudades europeas, donde los que no murieron en los asedios terminaron en las listas de Treblinka, Auschwitz, Sobibor, Dachau y Bergen-Belsen.
Tras la disolución de la URSS y la disponibilidad de los archivos comunistas, algunos investigadores rusos han opinado que la cifra se aproxima más a los siete millones, vista la masacre nazi en ese territorio y la alta proporción de judíos que componían la población soviética.
Cualquiera sea la cifra que se maneje, más de dos tercios de los judíos de Europa fueron asesinados. Otro mito común, o más bien una verdad a medias, es que la matanza industrial de los nazis solo haya sido dirigida contra los judíos. Esto constituye un falso argumento para desvirtuar la naturaleza del crimen, aduciendo que los judíos secuestraron propagandísticamente la tragedia europea en su «beneficio» exclusivo.
Pongamos las cosas en perspectiva. Los judíos eran el grupo más odiado de los untermenschen, los «seres inferiores», que incluían a todos los pueblos, eslavos o no, desde Polonia hasta Siberia. Lo que sí es cierto es que la maquinaria industrial de muerte fue concebida para dar solución al «problema judío» y luego aprovechada para otros grupos (opositores políticos, gitanos, prisioneros de guerra, enfermos mentales, homosexuales, etc.). De hecho, el primer gaseamiento en Auschwitz resultó en la muerte de 850 prisioneros de guerra rusos «a manera experimental».
Los muertos eslavos «no asimilables», que incluyen rusos, polacos, checos, rumanos, etc., fueron de hecho la mayoría de los fallecidos en batalla, pero desde el punto de vista del exterminio sistemático sus cifras palidecen frente a la de los ejecutados judíos. De aproximadamente 5 millones 750 mil prisioneros rusos capturados por los alemanes durante toda la guerra (no se sabe cuántos de estos soldados comunistas eran judíos), algo más de dos millones sobrevivieron al trabajo forzado en las fábricas de armamento alemanas y los campos de muerte hasta la liberación de Europa. Cerca de diez millones de rusos murieron en combate y muchos de estos civiles, soldados soviéticos y milicianos eran, de hecho, judíos.
Quien dude de la existencia de los Vernichtungslager (campos de muerte) solo tiene que darse una vuelta por Polonia y caminar sobre cenizas humanas de varios metros de profundidad en los alrededores de Treblinka (sí, metros) o en los pantanos cercanos a Auschwitz. Para los que tengan dudas, las pruebas de ADN son ampliamente disponibles. Por otra parte le pueden preguntar al Papa Karol Wojtyla, quien es polaco, vivió la época y visitó Auschwitz hace algunos años, imaginamos a modo de expiación. Los victoriosos aliados sacudieron la negación de los pueblos europeos, al llevar a los ciudadanos comunes para que presenciaran y olieran la obra de sus líderes. Ciudadanos alemanes y de otras nacionalidades fueron llevados a los campos de exterminio para que se pasearan junto a los cadáveres de miles de prisioneros, de todas las edades, producto de la «solución final» y de su indiferencia.
¿Por qué son evidentes estos hechos? Sencillo. Todos los discursos de Hitler, Himmler, Goebbels, Heydrich, Eichmann, Goering y otros están documentados. Las órdenes para los jefes de los campos de muerte también están a buen recaudo. Los registros de ejecuciones en los campos de exterminio, la compra de materiales para la construcción de cámaras de gas y hornos crematorios, del gas Zyklon-B (2) (provisto en toneladas por las compañías IG Farben, Tesch & Stabenow de Hamburgo y la Sociedad Degesch de Dessau), los itinerarios de los trenes, el número, sexo y edad de judíos deportados, todo… Todo está documentado, incluso en primitivas tarjetas perforadas de la IBM (4).
Las fotos y filmaciones de las ejecuciones y las condiciones de «vida» en los campos, hechas clandestinamente o por los propios perpetradores y confiscadas durante la liberación de los campos por los aliados, son del dominio público. Todos estos documentos están en los archivos del Tribunal de Nuremberg, en el Archivo Nacional de Washington D.C., el Imperial War Museum, el Holocaust Memorial Center de Michigan, el Österreichische Gedenkdienst, United Kingdom Holocaust Centre, el United States Holocaust Memorial Museum y en el Memorial Yad Vashem de Jerusalén, entre otros.
¿Dónde radica el peligro de negar, o peor aún, trivializar estos hechos ocurridos hace más de medio siglo y de permitir que se haga falseando la historia, nos afecte o no? Es una especie común que los conciudadanos alemanes y europeos no estaban al tanto de que semejante crimen se estuviera cometiendo. Una cosa es no querer creerlo, y otra cosa es no saberlo. Visto todo esto, se entiende que algunos quieran negar lo ocurrido… ¡Pero cuidado! La seudo-historia de los culpables puede volver a convertirlos en criminales. ¿A quién le tocará ser la víctima en un futuro impensable? ¿Otra vez los judíos y los eslavos? ¿En América o en Israel? ¿O serán exterminados los musulmanes, latinoamericanos o chinos? ¿Seremos cómplices o indiferentes? ¿…O víctimas?
Me gustaría cerrar con una cita de Eric Hoffer (3), que en sí misma encierra un dilema y una advertencia: «El intento de justificar una acción maligna quizás tenga efectos más perniciosos que el propio mal. La justificación de un crimen del pasado es la semilla y el aliento de futuros crímenes. Más aún, la repetición de un crimen es a veces parte de una forma de justificación; lo hacemos una y otra vez para convencer a los demás y a nosotros mismos de que es algo corriente y no una barbaridad«. (The Passionate State of Mind. Nueva York: Harper & Brothers, 1954.)
Autor: Ricardo Babarro (Revista Lucido)
(1) Reitlinger G. 1953.
(2) Ácido prúsico cristalizado, el cual al contacto con el aire genera cianuro de hidrógeno, originalmente utilizado como raticida.
(3) Psicólogo y filosofo social, primero en reconocer la alienación social y la falta de autoestima como causantes de que la gente se rinda al fanatismo para dar significado a vidas sin propósito aparente.
(4) Durante la Segunda Guerra Mundial, la subsidiaria alemana de IBM, Dehomag (Deutsche Hollerith Maschinen Gesellschaft), suministró al régimen nazi perforadoras de tarjetas y equipos relacionados. Hay quien sostiene, quizás exageradamente, que el Holocausto nazi no hubiera sido posible sin dichos equipos, mientras que IBM afirma que no tenía control sobre Dehomag durante la Segunda Guerra Mundial.
REFERENCIAS
Reitlinger G. 1953. The Final Solution-The attempt to exterminate the Jews of Europe, 1939-1945. Beechhurst Press. New York.
Rutherford, W. 1979. Genocidio: La persecución y exterminio judío: 1939-45. Historia del Siglo de la Violencia. Conflicto Humano Nº 1. Editorial San Martín, Madrid, España. 160 p.
Shirer, W.L. 1962. Auge y caída del III Reich. Tomo 2. Luis De Caralt (Ed.) Barcelona, España.
http://www.nizkor.org
Fuente: Ricardo Babarro (Biólogo) – Revista Lúcido