Inclusión y ciber-libertad

La globalización y la solidaridad

El sistema internacional de Estados se encuentra en el fin de siglo en una situación contradictoria. Existen los procedimientos y los medios técnicos que facilitan una relación estrecha entre los países y las sociedades. Tanto el comercio como las vinculaciones científicas y culturales se pueden realizar de forma rápida y con alto grado de conocimiento y transparencia. Pero las relaciones económicas de poder del sistema internacional, o sea, la economía política global define jerárquicamente en qué sitio se encuentran los Estados y regiones del planeta. Estas relaciones de poder económico y político tienen consecuencias graves para sectores de la sociedad mundial que la acción solidaria trata de paliar y/o modificar.

Es una tarea compleja establecer unas relaciones solidarias entre los países centrales (en términos científicos-comerciales-políticos y militares) y los países periféricos (los vagamente denominados del Sur o Tercer Mundo) que tienen menos desarrollo científico, disfunciones entre su riqueza natural y sus capacidades de explotación y gestión comercial de las mismas, y Estados poco o nada consolidados. El objetivo solidario es todavía más complicado si se tiene en cuenta que el mundo no está dividido nítidamente entre el Norte y el Sur, sino que hay un solo sistema internacional de Estados y un mercado global único con múltiples jerarquías e interrelaciones. Dentro de ellos hay Estados con diferentes grados de poder y debilidad, y actores no estatales que desarrollan estrategias desde dentro y desde fuera de los Estados, como son las empresas transnacionales de producción de bienes y de actividades financieras, las compañías de seguros y las auditorías.

El llamado Norte es, en realidad, un conglomerado de grupos e intereses. Por otra parte, las sociedades afectadas por la pobreza y sus efectos en las que se pretende ejercer la acción solidaria no son entidades pasivas. Por el contrario, tienen procesos históricos, características particulares (por ejemplo, diferentes lenguas, etnias, identidades nacionales) y relaciones internas de poder. El sistema colonial y el neocolonial o imperialista (cuando ya funcionaban Estados soberanos en la periferia) impuso a las sociedades periféricas relaciones internas y estructuras de gestión. Se generaron alianzas y élites que construían sus espacios y sus lazos de unión con las metrópolis. Ese doble movimiento de poder hacia dentro (generalmente autoritario y corrupto) y alianza hacia fuera con el poder en Europa o EEUU se ha prolongado hasta ahora. En países como la República Democrática del Congo (ex-Zaire) hay una secuencia de alianza local con los centros externos de poder que van desde la época colonial hasta Kabila, pasando por Mobutu. Estos poderes locales son generalmente un impedimento antes que una ayuda para establecer relaciones solidarias.

Las mediaciones

Entre los actores que desean ejercer la acción solidaria en los países centrales y en los periféricos, y los que deben recibirla hay, por lo tanto, muchas mediaciones encarnadas tanto en actores estatales como no estatales. La mundialización de las relaciones económicas favorece la comunicación entre ellos: se conocen con más rapidez los problemas, hay más posibilidades de actuar coordinadamente. Pero, al mismo tiempo, las posibles soluciones de las cuestiones no pueden ser abordadas sólo en escalas nacionales o sólo a dos bandas (entre donante y beneficiado). La mundialización obliga a estrategias que miren hacia adentro pero tengan en consideración las circunstancias globales.

La globalización ha sido analizada en la última década por algunos autores como una estructura omnipotente. Los ultraliberales económicos la consideran como un punto de inflexión a partir del cual se produce el triunfo casi absoluto del mercado libre por encima de otras opciones. Desde la izquierda, algunos analistas consideran que es un triunfo del sistema capitalista que parece dejar pocos resquicios de resistencia. Curiosamente, un punto de acuerdo implícito entre ambos sectores es la solidaridad: los ultraliberales la consideran necesaria para paliar las crisis humanitarias y atender a los sectores que no son suficientemente dinámicos o no han sabido adaptarse a las reglas del mercado. Parte de la izquierda ve necesaria la solidaridad como una forma de mantener los valores morales y atender a las víctimas de la globalización. Autores como James Petras consideran que la solidaridad es, en este punto, una coartada que sirve a unos para apaciguar a las víctimas y a otros para cooperar en esa tarea de forma consciente o inconsciente y, además, obtener un provecho de la situación.

En realidad, los problemas de los que se ocupa la solidaridad -englobados en la pobreza y sus manifestaciones, las crisis humanitarias, y las violaciones de derechos humanos- no pertenecen solamente al ámbito del denominado Tercer Mundo. Así, por ejemplo, la pobreza no es un problema que afecta sólo al Sur, sino que se trata de una realidad presente en los países centrales. Estructuralmente, la destrucción de empleo y la creciente exclusión se manifesta tanto en Europa y EEUU a través de los sin (sin trabajo, sin papeles para ser ciudadanos, sin educación, etc.) como en la periferia con la precarización del trabajo, la incorporación de desempleados agrícolas y urbanos al sistema del narcotráfico, las migraciones o los niños de la calle.

Ejercer la acción solidaria, por lo tanto, supone tener que descifrar un código y una serie de mapas sociales, políticos y económicos. Es preciso detectar a los mediadores y conocer sus formas de actuar. Un proyecto solidario en un país periférico debe ser realizado teniendo en cuenta las políticas del Banco Mundial hacia la región, las tensiones internas entre los actores locales y los intereses de las élites.

Las luchas de intereses de las comunidades indígenas mexicanas entre sí en Chiapas alteran la visión mítica que se tuvo en el primer momento que surgieron los Zapatistas. Entonces parecía que era la vanguardia encarnada por el Subcomandante Marcos contra el gobierno de México y sus aliados internacionales. Ahora surgen datos de que es así pero, además, hay pugnas internas que, por otra parte, sería raro que no existiesen.

Actuar solidariamente implica también adoptar posiciones políticas que pueden ser duramente criticadas porque ya no se trata de compasión ni caridad sino que la solidaridad expresada en proyectos de desarrollo, denuncia sobre violaciones de derechos humanos o acción humanitaria de emergencia tiene impacto y consecuencias que, en algunos casos, son consideradas precisamente opuestas al efecto benéfico que se quería lograr."1"

La cuestión del Estado

Aunque se detecten las mediaciones y se reconozca el carácter imprevisible de muchas situaciones, la solidaridad en la era de la globalización de las relaciones económicas enfrenta su problema central en el Estado. En los países centrales el Estado se encuentra asediado por las fuerzas del mercado ultraliberal. Se exige su desmantelamiento económico, social y político, dejándole la gestión de aquellas parcelas que no interesan a las empresas privadas o que no pueden realizar pese a las privatizaciones masivas. Al Estado se le restringe su capacidad de ocuparse de las necesidades de los ciudadanos, y aunque derive fondos al desarrollo, a la pobreza o a los sectores marginados, el problema es la racionalidad liberal que impulsa el beneficio sin crear más puestos de trabajo en relación a los que se destruyen. En la transacción entre lo que se destruye y lo que se crea, el Estado es débil para poder hacerse cargo de los que quedan excluídos de la modernización.

En los Estados periféricos la situación se agudiza porque no hay Estado Benefactor que desarmar sino Estados frágiles, corruptos, históricamente mal construídos, que casi no han protegido a los ciudadanos. En el mejor de los casos, algunos Estados tratan de buscar la forma de impulsar la mejor inserción posible en el mercado mundial para evitar la marginalidad casi total del país. Pero el precio a pagar para esa integración suele ser descender los salarios, abolir los impuestos ambientales o devaluar la moneda. Ser competitivos y a la vez tener un programa contra la pobreza es una tarea muy dificíl y están por ver sus resultados (por ejemplo, en Brasil con el gobierno de Fernando H. Cardoso, que intenta ese doble plan). Al final del camino el resultado es parecido a los países centrales: en el balance van más rapido las necesidades que las satisfacciones (especialmente las que se proveen institucionalmente) y se genera más pobreza y marginación.

La solidaridad ha evitado durante mucho tiempo el papel del Estado. Cuando era sólo caridad bastaba la voluntad individual canalizada a través de la Iglesia. Cuando era compromiso político con causas revolucionarias bastaba la relación abierta o clandestina con los que hacían la revuelta y los que la apoyaban desde fuera. El Estado era, generalmente, el enemigo en el terreno y un colaboracionista en el extranjero (con muy pocas excepciones, como Suecia hacia Nicaragua en los años 80 o durante la época del apartheid). Pero ahora la solidaridad es desarrollo económico y sostenible; es denunciar y demandar que se forme un Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra; es coordinar diversos actores para operar en pocos días en una zona en guerra en la que están muriendo centenares de miles de personas.

La experiencia de los últimos diez años indica que ninguna de estas tareas se pueden hacer sin el Estado. Pero, por otra parte, no sirven los Estados corruptos que interceptan la ayuda, ni los Estados centrales que dan fondos a regañadientes y tratan de usar la ayuda para el negocio internacional.

Hay dos tendencias crecientes tanto en la investigación sobre la globalización como sobre la solidaridad y la cooperación internacional. La primera indica que pese a la mundialización de las relaciones económicas, el Estado continúa teniendo un papel decisivo para orientar las prioridades de cada país. La consecuencia política es que tiene sentido tratar de tener el poder del Estado o de influir en sus decisiones."2" La segunda indica que el Estado es decisivo para poner en marcha la cooperación al desarrollo. Sin Estado, indican diversos informes, es casi imposible llevar adelante estrategias de medio y largo plazo coherentes para reconstruir las bases económicas, sociales y políticas de cualquier país dado."3"

Pero para cumplir la acción solidaria el Estado corrupto no sirve, ni el represivo y antidemocrático. Y como la mayoría de los países que son objeto de solidariad viven bajo estos regímenes, para las organizaciones no gubernamentales es preciso encontrar un delicado equilibrio entre los intereses de los Estados centrales, muchas veces parciales, y los de los Estados periféricos, casi siempre orientados a sacar el mayor provecho y obtener la menor cantidad posible de fiscalización de estos incómodos amigos cooperantes. Si bien es real que el Estado es central en la solidaridad, las organizaciones no gubernamentales tienen un enorme papel por delante para trabajar y ayudar a construir sociedades civiles que ayudarán a la democratización de los Estados."4"

La solidaridad es posible de realizar en la era de la globalización, y es necesaria. Es, también, una tarea muy compleja que requiere una alarma casi constante. Es importante no servir de coartada (tesis de Petras) pero si la respuesta solidaria existe entonces debe ser lo más efectiva posible, muy crítica consigo misma, y buscar entre mediaciones y actores la clave para que hacer el bien sirva, si es posible, para que las cosas cambien, de fondo, a mejor.

Mariano Aguirre Ernst: Director del Centro de Investigación para la Paz (CIP). Autor del libro Los días del futuro. La sociedad internacional en la era de la globalización, Icaria, Barcelona, 1996.

Notas:

1. Ver David Sogge (Ed.), Compassion & Calculation. The Business of Private Foreign Aid, Pluto Press/Transantional Institute, Londres, 1996. De próxima aparición en editorial Icaria, Barcelona.

2. Ver críticas a la idea de globalización y la supuesta desaparición del Estado en Linda Weiss, Globalization and the Myth of the Powerless State, New Left Review nº225, septiembre-octubre 1997, pp.3-27; y David Glodball, David Held, Anthony McGrew and Jonathan Perraton, Economic Globalization and the Nation-State: Shifting Balances of Power, Alternatives nº22, 1997, pp.269-285.

3. Ver, por ejemplo, el Libro Blanco de la Secretaria de Estado para el Desarrollo Internacional de Gran Bretaña, Clare Short, en el que se subraya el papel del Estado: Eliminating World Poverty: A Challenge for the 21st Century. White Paper on International Development, Secretary of State for International Development, Londres, noviembre 1997.

4. Sobre la situación de los países periféricos y planes de las ONG ver The Oxfam Poverty Report, Oxfam, Oxford, 1995.

Fuente: Mariano Aguirre Ernst – www.lafactoriaweb.com

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