Los controles de capital, en la mira de la Cumbre G-20 en Seúl
Los líderes que se reunen hoy y mañana en la quinta reunión del G-20 motivada por la crisis tienen una serie de tareas importantes a tratar relativas a la estabilidad financiera mundial y la recuperación económica. Esta cita es muy significativa dado que por primera vez se encuentran en un país que no pertenece al G-8 y que ha buscado defenderse de las devaluaciones competitivas aplicando los controles de capital.
Esta cita se realiza en pleno desarrollo de la guerra de divisas y a pocos días del anuncio de la Fed de inyectar a la economía 600.000 millones de dólares. El impacto potencial de esta flexiblilización cuantitativa sobre los tipos de cambio es un tema que ha sido subestimado. Varias economías del G-20 como China, Japón, Brasil y Corea del Sur han expresado su preocupación de que esta medida puede inundar los mercados financieros con el dinero nuevo que conduce a las burbujas de los activos y la inflación en el precio de los commodities. El alza del petróleo, el oro y otros metales es una resultante directa de la operación planeada por la Fed.
Desde el punto de vista de la política estadounidense las alternativas de salida de la crisis son escasas. Con la tasa de interés en torno a cero, su única opción es inyectar dinero nuevo en los mercados en busca de mayores rendimientos. La opción de elevar las tasas de interés es absolutamente inviable dado que el 40% de su deuda está anclada a esas tasas de interés. Subir las tasas sería como poner la cabeza debajo de la guillotina.
Este es uno de los tantos temas cruciales que entran al debate hoy: cómo los países adoptan un enfoque cauteloso ante la masiva entrada de capitales. Por eso que los mecanismos para regular los flujos de capital se presentan como la única alternativa para regular los excesos del dinero caliente que pujan por aprovechar los diferenciales de tasas.
Corea del Sur fue uno de los primeros países en anunciar una serie de controles para limitar los riesgos derivados de los capitales especulativos. Pronto le siguió Indonesia, cuando su Banco Central desplegó medidas para controlar las entradas de capital a corto plazo. En octubre se sumó Brasil, cuando instauró una tasa del 6% sobre estos movimientos. Tailandia fue aun más lejos cuando impuso un impuesto del 15 por ciento de retención sobre las compras extranjeras de bonos tailandeses. En los próximos meses, muchos otros países deberán optar por los controles de capital para proteger sus economías de la volatilidad de los llamados capitales golondrina.
Contrariamente a lo que indica la percepción popular, los controles de capital fueron ampliamente utilizados en el pasado. Durante los años 30, y hasta después de la segunda guerra mundial, fueron considerados una solución al caos financiero. Sólo el inicial ordenamiento de Bretton Woods permitió contrarrestar sus efectos con la disciplina de la paridad del dólar al oro que se instauró en el sistema. Pero eso duró hasta el 15 de agosto de 1971.
Desde entonces, las teorías dominantes vieron con malos ojos el control de capitales y se los acusó de ocasionar distorsiones al generar rentas fuera del mercado. Sin embargo, fue justamente Corea del Sur el país que gracias a estos controles, y a la aplicación de medidas reñidas con la teoría económica convencional, logró crear un sector industrial de alto desarrollo. Parte de esto lo recuerda el economista coreano Ha-Joon Chang en su libro La patada a la escalera, que cité en Los mitos del libre comercio, un artículo que recomiendo revisar a los lectores interesados en la historia económica.
China e India, los dos grandes éxitos de la globalización económica, no se han desprendido de los controles de capital y en la actualidad los siguen aplicando. A ellos deben parte de su actual fortaleza. El objetivo central de los controles de capital es generar mecanismos de resguardos ante las turbulencias financieras. Hasta el FMI ha reconocido recientemente la necesidad de estos controles cuando existen circunstancias excepcionales. Y la actual crisis es una circunstancia excepcional dado el enorme nivel de incertidumbre que tiene a la economía atrapada en un laberinto.
A diferencia de las otras cumbres del G-20, esta se hace en un país que hasta hace pocos años era una economía emergente y que también se vio arrastrado en la crisis asiática de 1997. Como anfitrión, Corea debe marcar una diferencia que permita el auténtico reordenamiento del sistema financiero, actualmente sometido a las tensiones de un huracán sistémico.
Fuente: Marco Antonio Moreno – elblogdelsalmon.com