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«La Piedra Oscura» dignidad escénica como propuesta de acción trascendente

Escrita por el dramaturgo español Alberto Conejero, llevada a la escena capitalina por Héctor Manrique y el Grupo Actoral 80, es muestra de un trabajo digno más allá de lo trascendente. 

Por: Julio C. Alcubilla B./ Récord Report Internacional -THP/ Artes Escénicas

Por lo general la labor de un comunicador con oficio crítico en artes escénicas ha de corresponderse al abordaje ético y profundo del hecho teatral. Sin embargo con muy poca frecuencia en la actualidad, una obra de teatro nos brinda la oportunidad de contactarnos con lo sobresaliente, con ese trabajo sin fisuras, a través de una experiencia tan memorable que sorprende en lo estimable. Este es el caso de "La Piedra Oscura" que dirige con potente acierto Héctor Manrique y que una vez más el Grupo Actoral 80  logra conmover al público con su legado, en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural. 

Profundizar en el análisis de esta entrega parte de la revisión de un texto, el cual mas allá de su potencia y elocuencia, producto de su alcance semántico, nos resulta un mensaje tan sólido en lo formativo, que le brinda al espectador la oportunidad de cuestionar sus percepciones, sus antagonismos, en esa relación al acercamiento o mirada hacia el otro.

El autor de este texto Alberto Conejero nos presenta letras desgarradas, teñidas de esa capacidad que tenemos los seres humanos de transformarnos, de evolucionar en el entendimiento del otro. En ese valor de nuestra sociedad y su recuperación, a partir de establecer vínculos que nos unan y no aquellas sanjas que nos separan. 

Esta es la historia de Rafael Rodrìguez Rapún y su carcelero, la historia de una sociedad que condenó a muerte en la Guerra civil Española, a uno de los intelectuales, poetas y dramaturgos más influyentes de su tiempo, "Federico García Lorca", por ser homosexual y de izquierda. 

Es el drama de un prisionero de guerra civil y un joven soldado, que a través de su rivalidad inicial, de un acercamiento motivado por la nefasta herencia de un tiempo histórico que los condena, los lleva a vivir a través de un diálogo inesperado y revelador, al proceso de transformación humana más valioso de sus vidas. 

Un texto que a su vez forma parte de nuestra memoria colectiva, en el que los egos se caen, las culpas se comparten y la evolución del ser inunda la escena y nos contamina como espectadores, modelando nuestra conducta con entrañable acierto. 

Conejero no escatima esfuerzo para confrontar la política y las formas más oscuras del poder. Por otro lado a través de su precisión semántica, brinda al espectador una alianza, para que juntos le rindamos homenaje a la figura de Federico García Lorca. 

Este es el encuentro de dos seres humanos en la barbarie, que logran transformarse en la justicia, la libertad y el amor. Un relato en el que la dignidad y compasión no tienen fecha de caducidad. En el que hemos de comprender como sociedad, que para estar con otro, primero hay que poder verlo, intentar comprenderlo, nombrar y no dejar en el silencio lo que nos inquieta.

Es a su vez una invitación reflexiva  bajo la óptica del director venezolano Héctor Manrique, paro los venezolanos y habitantes de estas tierras, un acercamiento acerca de lo que estamos viviendo como sociedad. De lo que somos cuando ignoramos al otro o no le comprendemos, cuando no intentamos encontrar mucho más acuerdos que separaciones.

Por otro lado es la historia en la que se vencen los obstáculos interiores, en la que se confiesa la homosexualidad. Rapùn era secretario del reconocido grupo teatral La Barraca y el último amor del afamado poeta Federico García Lorca. Este testigo inesperado de una época plena de sombras, emerge entre las luces de un amor sorpresivo, inspirado por letras nobles y una personalidad envolvente. 

Un largo y potente monólogo, catapulta de profundas reflexiones, se nos presenta como una revelación, que nos lleva a través de este personaje, a una sanación antes de la muerte. Unida a la obsesión por darle un valor a la cultura, a conservar su legado dentro de la sociedad. 
La Interpretación escénica y el trabajo de actor

Daniel Rodríguez, como Rafael Rodríguez  Rapùn y Wadih Hidaya, como Sebastián, el prisionero y el carcelero, nos ofrecen solvencia interpretativa, a través de un sorprendente trabajo de entrega orgánica. En el que la teatralidad propuesta conducen al espectador a vivir una historia más allá del eje ficcional. 

Sus fuerzas emocionales nos invitan a un viaje pleno de ritmo, desplazamientos escénicos y dirección de actores, que proponen la solidez del virtuosismo. Haciendo de la palabra inquietantemente bella, esa metáfora profética e histórica, llevando al espectador a conectarse a través de la trasteatralización. 

O lo que hemos de comprender en el trabajo de arquitectura de personajes, como el producto de estos dos actores, que se afanan en abordar sus universos mente-cuerpo, en la acción performativa de ambos como intérpretes, hasta llegar a ese resultado esperado: mente-cuerpo-poesìa. 

Lorca aparece en la escena a través de su voz en off y su contundente aporte, llevada a cabo por el actor Ignacio Serrano. Devolviendo al mundo su poesìa, y la importancia de cómo decir la palabra.

El espacio escénico y su contenido

Ramón Pérez Pina en su escenografía y concepciòn artìstica del espacio escénico, nos muestra ese aspecto claustrofóbico del universo histórico en este relato. En el mismo la vida real se une a la teatralidad y en el aspecto consustancial dentro del hecho teatral. Haciendo visible lo que comúnmente no vemos, pero que imaginamos. Un trabajo riguroso en lo referente al color, texturas y simbología escénica.

Por su parte el vestuario de Eva Ivanyi, permite acercar al espectador a la ya mencionada síntesis histórica represiva. De un contexto de guerra y desolación, en el que el marco semiótico es síntesis y oda a su vez. Completado a través de esa arquitectura o dramaturgia lumínica, intimista, expresionísta y por momentos oscura. Tendiente a reflejar claramente la carga emotiva de los personajes. 

Jacinto Jiménez como encargado de la iluminación nos presenta un contexto expresionísta, en el que nos acercamos al valor metafísico, tras los datos inmediatos de la realidad, experimentados a través de la escena.

Las experiencias íntimas de los personajes se hacen una con la luz, con el oscuro, con los claro oscuros. Propiciando el encuentro del hombre con el hombre y a su vez con el ser. Denunciando a la vez el horror y haciendo de la luz o su ausencia, ese grito desgarrado de dolor compartido.

Finalmente en esta propuesta escénica, el resultado nos lleva a un acuerdo entre el dramatismo y la teatralidad. Cumpliendo las aspiraciones de su autor, en las que el teatro sirve para visibilizar a los marginados y lograr asì ese poderoso sortilegio del reencuentro. 

Fuente: Julio C. Alcubilla B./ Récord Report Internacional – THP/ Artes Escénicas.

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