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El teatro infantil y sus códigos como punto de partida para una valoración crítica
Recientemente asistí a una función de teatro infantil, "El muñeco Monstruo", destacable por la interpretación del reconocido actor Nelson Lechman, la misma me sirvió de inspiración para encontrar un camino de reflexiones.
Por: Julio C. Alcubilla B.
Análisis crítico del hecho teatral
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En ésta obra mis primeras consideraciones intentan revisar el comprometido esfuerzo dramatúrgico, en el que se abordan códigos sobre temas infantiles dentro de una perspectiva adulta. Lo cual me indujo analizar ciertos conceptos del teatro infantil contemporáneo y sus caminos.
Antes de publicar mis valoraciones, para una segunda entrega de la obra "El muñeco Monstruo", debemos considerar según bibliografía consultada, lo que el teatro infantil impulsa a los creadores de la escena en ese buscar una vía de abordaje tanto del texto dramatúrgico como de la puesta en escena, respondiendo comúnmente a lo que se mantiene como matriz de opinión…"el niño es un espectador muy exigente".
El teatro infantil en nuestros tiempos, al parecer no deja de considerar una estética farandulera, en la que los niños parecen estar alineados como sus adultos progenitores, obedeciendo a los mismos códigos de superficialidad y por lo general, (aunque no en éste montaje), del mal gusto. La propuesta de teatro infantil en Latinoamérica y en Venezuela,sigue una corriente inspirada por lo obtenido de los diversos medios televisivos y lo que reconocemos como la comunicación de masas y sus alcances.
Se asume que el niño por su sinceridad es capaz de desconectarse y llegar al punto de sabotear un espectáculo que no lo atrapa, sin embargo, sería justo comprender que pudiésemos considerar que se confunde "exigencia infantil" por fastidio. No siempre sucede que esa falta de conexión de un niño con la escena, sea necesariamente reflejo de su alta capacidad de discernimiento, ni de evaluación de la misma. Considerando por igual que la atención del espectador no se haya dispuesta si la calidad del espectáculo no lo atrapa.
Creadores del teatro infantil consideran en sus propuestas dramatúrgicas la intención de formar un público para el mañana, obviando que la infancia no debe ser subordinada en su visión, a la del mundo adulto. La niñez debe ser un presente para los adultos y no solo un futuro para engendrar sociedad. Negar a las niñas y niños su manera de vivir y disfrutar, sus derechos en esa suerte de teatro infantil dirigido casi en su totalidad para la complacencia del adulto; es un acto creador destinado sólo a que los padres descansen, "entreteniendo o intentando entretener" a sus hijos o niños bajo su tutela.
Normalmente o por lo general el teatro infantil contemporáneo, plantea historias fantásticas y la fantasía es una promesa constante. Esto de alguna manera limita la expresión escénica o la subordina en su dimensión comunicacional pedagógica o creativa. Lo fantástico comúnmente es evasivo de la realidad y solo está destinado a brindar un rato de sano esparcimiento. Si ésta es la meta, no es para nada objetable, siempre y cuando no esté concebido dentro de un proyecto ideológico, que imponga la revisión de realidades sociales, contradicciones sociales, como catapulta "ligera" o carente de profundidad. Lo cual normalmente son moderadoras del poder de los adultos en el mundo de los niños, como si ello estuviese negando la realidad infantil. No digo con ello que la exposición de tales temas sin emancipación en su desenlace, sea errático, pero si analizable si con ello se discrimina al niño al único rol de ser un observador de la realidad circundante, quebrantando las promesas bases del hecho teatral.
El teatro infantil normalmente por igual promueve una suerte de estereotipos de la cultura dominante, dividiendo al mundo entre personajes buenos y personajes malos, feos y bonitos, blancos o negros, es decir extremos carentes de matices. Con ello es posible que se persiga modelar a la infancia en una visión maniquea, simplista.
Wadimir Propp en su obra "Morfología de los cuentos de hadas", nos muestra la concepción primitiva de los conflictos que anidan al alma infantil; esto sin poner de lado otra realidad, según la cual el teatro infantil debe ser simple, sin complicaciones. Los creadores de la escena infantil han de considerar que el razonamiento infantil responde a una verdad, la infancia no es tan sencilla: pruebas importantes para lograr aceptación, obstáculos a granel para encontrar espacios en el mundo adulto, infinidad de contradicciones afectivas, pasiones, etc. El teatro infantil debe ser un apostolado que impone abnegación, vocación, servicio y el sentido de respetar y considerar como parámetro inspirador, el verdadero amor a la infancia.
Con respecto a la puesta en escena, el teatro infantil ha de deslastrarse de esa visión del mundo adulto, de la cultura adulta. De un trabajo de creadores adultos que niegan lo esencial de la infancia. Construyendo la idea de que la infancia al parecer es una entelequia, algo que dejamos atrás y nos interesa sólo para lograr la escena o justificar nuestra entrega.
Se impone un arte concebido a partir de un minucioso esfuerzo que proponga desde su comienzo, el ser dirigido a la niñez, con la dedicación, formato acucioso, investigativo, creativo, reflexivo, responsable. Aperturando nuestro universo como adultos, para permitirnos desarrollar desde el niño y para el niño.
Por otro lado no sería declinable revisar que uno de los principales objetivos de la educación, si es esto una propuesta escénica, ha de pasar por el compromiso de ser capaz de profundizar en nuevos códigos, experiencias, nuevos escenarios interpretativos y sensitivos. Capaces de obviar ese desacertado objetivo de la repetición, en las que otras generaciones hayan constituido su historia, se necesita descubrir lo original.
Para que se desarrollen mentes críticas, ávidas de descubrir la verdad y que no estén dispuestas a despertar de manera gratuita lo que se les ofrece en una escena de carácter inmediatista, carente de profundas revisiones. Considerando como he expuesto, que las niñas y niños no piensan o responden a una estructura adulta, sino a su propio proceso.
Fuente: Por. Julio C. Alcubilla B,- RecordReport en THP –
Artes Escénicas/Crítica Teatral