Minisatélites: imágenes para salvar al planeta
Dicen que contemplar la Tierra desde el espacio provoca cambios cognitivos de la conciencia. Visto todo desde allá arriba, realidades tan tozudas como las fronteras o los conflictos armados dejan de tener sentido. Abrumado por el silencio y el espectáculo visual, el astronauta experimenta una extraña sensación de comunión con toda la humanidad; se siente parte de una sociedad planetaria. Cuando vuelve a casa ya no es el mismo: de repente quiere proteger como sea esa roca azul.
Este 'cambio de chip', confirmado por varios cosmonautas y descrito por Frank White en 1987 en The overview effect, se ha bautizado como efecto perspectiva. Cuidar del medio ambiente, o lo que es lo mismo, de la salud del planeta, pasa a ser la prioridad de quienes lo experimentan.
Los avances en la observación espacial están permitiendo que todos, salvando las distancias, podamos compartir algo parecido al efecto perspectiva. Ya podíamos escrutar el globo casi palmo a palmo, por ejemplo usando Google Maps. La novedad es que, gracias a los últimos sistemas satelitales, esa foto planetaria se actualiza casi a diario.
Esto supone un antes y un después para los científicos que estudian el medio ambiente. Ahora pueden visualizar los estragos que causa la minería descontrolada en un punto concreto de la ribera peruana del Amazonas y determinar el terreno que se va deforestando.
También pueden captar la magnitud de las sequías (y lluvias torrenciales) midiendo la evolución de distintos embalses, o hacer lo mismo con el deshielo del casquete polar. Son capaces de calibrar los efectos de las grandes avalanchas que de repente anegan kilómetros de terreno en el Tíbet y de cuantificar los corrimientos de tierra que provocan los fenómenos geológicos.
Todo eso es posible gracias a los llamados nanosatélites. Mucho más baratos de producir y enviar al espacio que los convencionales, han llegado para imprimirle dinamismo a la vigilancia del planeta.
El futuro era una caja de zapatos
Los nanosatélites de Iceye miden menos de un metro antes de desplegar la antena. Los Dove de Planet (en la imagen de cabecera), unos 40 cm: son una especie de caja de zapatos con una cámara y un disco duro de medio terabyte. Ya en órbita, extiende otros 80 cm de paneles solares. Los componentes con los que está hecho (carcasa, bisagras, juntas…) se pueden adquirir por Amazon. La parte cara está en las lentes y los sistemas de transmisión. Algunos modelos cuentan con un radar de apertura sintética (SAR), lo que les permite tomar fotografías de noche o en entornos nublados.
Satélite Iceye (iceye.com)
Copérnico es el mayor sistema de observación del mundo, un ambicioso proyecto puesto en marcha por la Agencia Espacial Europea (ESA) junto con la UE en 1998. Con un presupuesto de unos 7.000 millones de euros hasta 2020, el objetivo de esta iniciativa es "proporcionar información precisa, actualizada y de fácil acceso para mejorar la gestión del medio ambiente, comprender y mitigar los efectos del cambio climático y garantizar la seguridad ciudadana", según reza el web.
"Con nuestro sistema de satélites obtenemos una foto completa del mundo en una semana. Los nanosatélites, en cambio, son capaces de hacerlo en un día o dos", reconoce Josef Aschbacher, director de los programas de monitorización terráquea de la ESA. La diferencia, por supuesto, está en la calidad. Nadie, ni la NASA, es capaz de igualar el nivel de detalle de las fotografías del programa Copérnico, a las que recurren hasta Google o Amazon.
Recoger las instantáneas es una parte del viaje: la otra es procesarlas. Planet comercializa un servicio que combina la visualización de fotografías (sus nanosatélites obtienen 1,5 millones al día) con el big data. Los análisis de la compañía aplican algoritmos a las secuencias de imágenes que obtienen, de modo que se pueden generar alertas automáticas, por ejemplo, si se detecta un brote de plaga en un cultivo.
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Imagen de cabecera: Satelite Dove de Planet (EP / sela.org)
Fuente: Manuel G. Pascual – sela.org / retina.elpais.com