Si existe… ¿Cómo será un alienígena?
Suponiendo que existan y que algún día consigan contactar con nosotros ¿Qué aspecto tendría el alienígena que consiguiera llegar hasta nuestro planeta y establecer comunicación inteligente con nuestra civilización?
¿Serán hombrecillos verdes con grandes ojos almendrados o nos atemorizarán las letales formas de un Alien de Giger?
Las formas definitivas de un ser que viniera de las estrellas se pueden deducir con un análisis serio de la razón. Sigue leyendo y saciarás tu curiosidad.
¿Cómo serán los extraterrestres?
Nos ha costado más de 4.000 millones de años llegar hasta donde estamos. Las primeras formas de vida aparecieron en los albores de la creación, cuando la Tierra era joven y aún burbujeaban los océanos en una activa sopa primigenia. El ciclo evolutivo nos ha permitido comenzar de las iniciales células microscópicas hasta convertirnos en la especie que domina el planeta. Nuestra forma corporal no ha llegado por casualidad. Ha sido el resultado de millones de años de presión evolutiva, de circunstancias favorables y de entornos adecuados. Supongamos por un momento, que gracias a la enorme dimensión del universo y de la inmensa cantidad de planetas que podrían reunir condiciones para albergar vida, se diera el caso de que surgieran seres vivos a millones de años luz de distancia y que, además, hubieran alcanzado un grado de desarrollo tal que no les supusiera ningún problema viajar hasta nuestra Tierra ¿Qué aspecto tendrían esos visitantes del espacio?
¿Serán monstruos viscosos?
El cine ha proyectado decenas de ideas sobre cómo debía ser el aspecto de un extraterrestre, pero antes la literatura ya dibujó multitud de seres cósmicos que basaban su morfología en los miedos más profundos del subconsciente humano. Escritores como el genial H.P Lovecraft o su maestro Clark Ashton Smith, nos aterrorizaban con viscosos monstruos salidos de las entrañas de otros planetas. Estos seres de locura solían tener tamaños enormes, dientes afilados, tentáculos resbaladizos y movimientos reptantes similares a ofidios. H.G Well, en su magna obra "La Guerra de los Mundos" insiste en las formas "pulpoides" de gran tamaño pero aporta un plus tecnológico al dotarles de aparatos de transporte.
La calenturienta imaginación de los artistas siguió retorciendo el esquema de combinar animales que nos producen un miedo atávico con formas humanoides. El celuloide se encargó de encarnar nuestras pesadillas en imágenes explícitas, sacando a la arena películas como Alien o Depredador, cuyos protagonistas había estilizado su figura y disminuido su tamaño pero a cambio los habían convertido en luchadores auténticamente letales.
Con el desarrollo de la civilización se puede observar como el propio avance de la tecnología conforma la fisionomía de los supuestos extraterrestres aunque añaden algunos cambios en el eje principal del cuerpo del extraterrestre.
Ahora aparecen detalles aracnoides e insectoides, por si no fuera bastante con la repulsión que nos genera la visión de animales viscosos y resbaladizos como las serpientes o las babosas, los nuevos campeones de otros mundos presentan piezas semejantes a quelíceros, que suelen estar presentes en escorpiones y arañas. Este aspecto aterrador era el camino más fácil para indicar al espectador las malévolas intenciones de los seres de otros planetas pero ¿necesariamente deberían ser así en la realidad?
¿Serán humanoides?
En el lado opuesto, cuando los artistas pretendían mostrar a los extraterrestres como seres amigables que venían en son de paz, predominaban las formas humanoides, tratando de asemejarse lo máximo posible a nosotros para no tocar fibras sensibles en nuestro subconsciente. Los directores huían de la viscosidad y presentaban a los visitantes casi como personas, vestidas con túnicas de luz o ataviadas con avanzados trajes de astronauta. En el film "Encuentros en la Tercera Fase", Spielberg nos enseña un grupo de alienígenas que parecen casi niños, con bajas estaturas, movimientos simpáticos y nada amenazadores.
Cuando no se trataba de formas parecidas al ser humano, los diseñadores de sueños trataban de hacerlos parecer dulces muñequitos de peluche, como el caso de Alf, la serie americana de los años 80, que convierten al figura del extraterrestre en un ser divertido y hasta cariñoso. Mismo caso de ET, que a pesar de tratarse de un bicho extraño a nuestros ojos, en el fondo, su aspecto se aproxima mucho al de una tortuguita tierna e inofensiva, todo ello aderezado con unos inmensos y bonachones ojos azules, paradigma occidental de la perfección y la armonía (los ángeles son representados siempre con los ojos azules) ¿Es este el aspecto que tendrán?
¿Serán incorpóreos?
La literatura de ciencia ficción, pozo inagotable de la más fértil imaginación, ha llegado al extremo de imaginar a los alienígenas como entidades vaporosas. Una de las obras maestras de Asimov, "Los Propios Dioses", retrata unos extraterrestres de un universo paralelo cuyos cuerpos no son de carne sino de gas. Uno llega a imaginarlos como fantasmas informes que se pueden adaptar a las formas que deseen pero hasta cierto límite. El magistral escritor garantiza una visión razonablemente coherente de la existencia de estos seres de vapor y nos demuestra cómo es posible un tipo de vida con esas características aunque, finalmente, tiene que acudir a una forma sólida para proporcionar una estructura creíble a la narración.
¿Angélicos o diabólicos?
El imaginario colectivo también refleja cierta querencia por identificar a los extraterrestres como seres que esencialmente son de luz y que irradian sus talentos hacia los humanos que les tratan. Otros autores, representan escenarios cósmicos donde los seres de otros mundos no están a nuestro nivel sino que tienen tamaños galácticos y devoran soles enteros para alimentarse. ¿Son éstos los representantes de los verdaderos extraterrestres?
¿Serán máquinas?
Nos vamos acercando al final del misterio puesto que si realizamos un ejercicio de deducción basado en las premisas que conocemos, seguramente lo más probable es que los extraterrestres que nos visiten sean máquinas más inteligentes que nosotros. Para empezar, los monstruos gigantescos y viscosos no parecen ser una buena opción evolutiva ya que un exigencia insalvable de un posible viaje estelar pasa por la alta tecnología.
Para alcanzar un conocimiento suficiente como para cruzar galaxias enteras y llegar hasta nuestro planeta seguramente sería necesaria una fisionomía antropomórfica. Esta hipótesis la apoyan científicos como el paleontólogo de la Universidad de Cambridge, Simon Conway Morris. Existe un fenómeno en la naturaleza conocido como evolución convergente: la tendencia de un proceso evolutivo a encontrar soluciones similares a un reto ambiental dado.
Por ejemplo, si un depredador consigue sus presas mediante el uso de la visión, lo que sucederá es que con el tiempo desarrollará dos ojos superpuestos para lograr una visión en profundidad que le permitirá cazar mejor a sus víctimas. De forma similar, para las criaturas marinas que necesitan velocidad, las leyes de la hidrodinámica favorecen los cuerpos largos, delgados y aerodinámicos. La evolución convergente ha asegurado que las barracudas tienen la misma forma que los delfines, incluso aunque los primeros son peces y los segundos mamíferos. Tener la forma de un torpedo funciona mejor dentro del medio acuático.
Existe además una parte de nuestra fisionomía extremadamente importante para el desarrollo tecnológico: las manos. No es probable que un ser sin manos y dedos (prensiles, a ser posible) pueda avanzar en la escala evolutiva hasta llegar al dominio de la tecnología. Igualmente se necesita un cerebro que sea capaz de comunicarse y de entender conceptos abstractos (como las matemáticas) para alzarse en la cúspide de la evolución. Así pues, un extraterrestre gigantesco y viscoso o un ser incorpóreo de gas o de luz, difícilmente podría manipular las condiciones de un entorno físico determinado hasta los límites que nos encontramos nosotros.
Pero además, unos alienígenas que hayan conseguido viajar por el espacio tanto tiempo como para aterrizar en nuestro planeta nos llevarán, como poco, 100 años de ventaja. Eso significará que, probablemente, serán máquinas inteligentes las que logren contactar con la Tierra. Hay mucha gente que piensa que la singularidad tecnológica llegará antes de 50 años. Y si esto es así, imaginemos por un momento dónde estarán las máquinas dentro de 100, 200 o 500 años. Además, son las únicas que pueden vivir eternamente, condición casi indispensable para realizar largos viajes interestelares.
Nuestra imaginación desbordada tiene que ir relajándose ya y pensar en nuevos conceptos de máquinas extraterrestres que no tendrán aspecto viscoso ni desagradable. Más bien se identifican con las formas minimalistas y metálicas que algunos escritores nos han presentado siempre como representantes de los alienígenas ¿Decepcionados?
(*) Autor: imported_Kir
Inspirado en: Space
Info complementaria: La Budinera
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Fuente: imported_Kir (*) – neoteo.com