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Los ovnis son un timo. La parapsicología, el Yeti, la astrología o el creacionismo, también.

"Quien diga que ha visto extraterrestres, ha hablado con ellos o tiene confirmación de su existencia por medios desconocidos y se permite ilustrarnos sobre sus rasgos físicos y su temperamento como si de perros o gatos se tratara es un desvergonzado, un alucinado con afán propagandista o un engañabobos acostumbrado a aprovecharse de los necios". Ricardo Campo, doctorado del Departamento de Filosofía en la Universidad de La Laguna, se ha especializado en el estudio de las creencias populares relacionadas con el mito extraterrestre y su conclusión la resume el título del libro que acaba de publicar: Los ovnis ¡vaya timo!. Una obra de divulgación que pretende –con sólidos argumentos y mucho humor– propiciar una mirada crítica sobre una de las más trilladas supercherías que en nuestra cultura se venden cada día como ciertas.

Pero los ovnis constituyen sólo uno de los misterios aparentemente sobrenaturales que forman parte de nuestra cotidianidad. "Vivimos rodeados de falsedades pseudocientíficas", asegura el astrofísico Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona y presidente de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, que es la impulsora, junto con la editorial Laetoli, de la colección ¡Vaya Timo! Según Armentia, esta colección se dirige a ese crédulo que llevamos dentro y nos muestra por qué los ovnis, el feng-shui, la astrología y otras modas son verdaderos timos: Creencias falsas, vanas ilusiones que nos quitan tiempo y dinero (y a veces la salud). De forma que en ella el lector encontrará argumentos contundentes para pensar críticamente. "En definitiva, para pensar, que es la herramienta más útil que tenemos para librarnos de los timos".

Tres libros de la colección ¡Vaya timo!La parapsicología, el Yeti, la Sábana Santa, el creacionismo y los ovnis ocupan los primeros cuatro títulos. Pero amenazan con más. Lo explica Javier Armentia: "Vendrán más y, posiblemente, muy polémicos, como el de la homeopatía o el de la astrología. Y habrá libros de las caras de Bélmez, del influjo de la luna, de muchas otras cosas. Son necesarios porque hay mucha pseudociencia que se pone de moda y, de hecho, se convierte en un negociete".

Y el astrofísico ofrece como ejemplo el feng-shui: "Cualquiera que lea las bases de esta presuntamente antigua disciplina oriental –que no lo es tanto, realmente– podría concluir que es una estupidez. Ni el mundo se compone de cinco materiales diferentes, ni hay energías positivas o negativas… Y encima pagas 500 euros para que un listillo te diga que tienes que mover la cama de sitio y colocar un colgante horroroso al lado del espejo para mejorar el chi-kung. Es simplemente una tomadura de pelo, un timo. Paradójicamente, muchos conciudadanos pagan al consultor feng-shui, y hasta muchos arquitectos se lo montan así para ir de chachis y sacar unos extras".

Es frecuente escuchar a los crédulos el argumento de que "la ciencia se ha equivocado muchas veces, y cosas que antes negaba hoy las acepta", o que "no todo lo que existe puede ser demostrado por la ciencia, hay cosas que ésta no puede estudiar", o que "los que creemos en lo esotérico y paranormal somos como Galileo, y ustedes los científicos son la nueva Inquisición; algún día nos darán la razón". "Pero la ciencia –explica el psicólogo Carlos Javier Álvarez, un investigador de la neurociencia cognitiva del lenguaje– se define sobre todo por su método. Y una de sus características es la objetividad: Cualquier teoría o hipótesis cobrará visos de verosimilitud y se verá apoyada si –y sólo si– existen datos objetivos, empíricos y fiables que la sustenten".

La psicología sabe desde hace tiempo que no nos podemos fiar de nuestras percepciones, nuestra memoria, nuestra intuición o nuestras experiencias personales. Si queremos ver o encontrar algo, muchas veces lo encontraremos. Por eso es típico en ciencia el uso de instrumentos o técnicas de observación que eviten la posible influencia del factor humano. Si todo esto se hace bien, cualquier resultado experimental debe poder ser repetido por cualquier otro investigador.

Sin embargo, nos cuenta Álvarez en su obra La parapsicología ¡vaya timo!, miles de personas afirman tener algún tipo de poder extraordinario, como hablar con los muertos o ver el futuro. Muchos viven precisamente de escribir libros, realizar programas de televisión, formar sectas con adeptos crédulos o vendernos sus extrañas ideas en miles de formas. "Si tan convencidos están, ¿Por qué no demuestras sus poderes a través de procedimientos controlados y donde no puedan producirse sencillos trucos de ilusionista o fraudes? ¿Por qué suelen huir cuando se les reta a que lo demuestren?".

El astrofísico y divulgador científico Carl Sagan decía: "¿Por qué todo fenómeno paranormal desaparece –o no se produce– cuando hay un escéptico delante?". Y quien mejor parece haber encarnado ese papel de escéptico en la historia más reciente es el ilusionista estadounidense James Randi, que dedicó gran parte de su vida a poner a prueba y desenmascarar innumerables fraudes relacionados con el mundo de lo paranormal, siguiendo el camino que en el pasado ya había empezado a transitar el célebre escapista Houdini.

En la década de 1960, Randi ofreció 1.000 dólares de su bolsillo a la primera persona que ofreciera pruebas objetivas de cualquier fenómeno paranormal, como había hecho en los años 20 la revista Scientific American. Con el tiempo y muchas otras aportaciones, el premio conocido como el Reto de Randi ha aumentado a un millón de dólares. No se pide demasiado: Sólo hay que probar cualquiera capacidad o poder de tipo oculto o paranormal en las mismas condiciones que cualquier otro experimento científico en psicología, con los controles adecuados para que no pueda haber trampas. Además, para asegurar la legalidad y objetividad de la prueba, esa fundación no participa en el proceso de comprobación, y el método es pactado entre la persona que supuestamente tiene ese poder y los experimentadores. "¿No resulta sospechoso que en todos estos años nadie haya pasado siquiera los test preliminares de la prueba?", se pregunta Randi con ironía.

El detector de fantasmas

Pero todas estas evidencias apenas hacen mella en el crédulo que casi todos llevamos dentro. Y todavía hoy mucha gente sigue pensando que Uri Geller realmente doblaba las cucharas con el poder de la mente. Y a pesar de que diversos especialistas nos han mostrado cómo realizaba sus trucos sin necesidad de ningún poder extrasensorial, todavía seguimos aceptando la posibilidad de que las ondas mentales retuerzan el metal.

Y es que de esta pasión por lo misterioso y de la ancestral credulidad humana se alimentan muchas otras disciplinas de lo que se ha dado en denominar pseudociencias y que podrían definirse como aquellas teorías o creencias que intentan mostrase con un ropaje científico pero que, examinadas de cerca, no cumplen con los presupuestos y requisitos propios de la ciencia. Así florecen disciplinas como la criptozoología (estudio de los animales ocultos), capaces de escribir largos ensayos sobre el Yeti o el monstruo del lago Ness; o la quiromancia, capaz de leer el futuro en las líneas de la mano.

Pero una muestra de nuestro nivel de credulidad nos lo ofrece la publicidad de una revista especializada en estos temas, donde se ofertan artefactos como el generador de ondas Beta-Alpha-Theta-Delta, capaz de incrementar la claridad mental. O el poderoso Sello de Salomón, magnetizado especialmente mediante un procedimiento de carga vibracional. O el genial Megabrain, que nos permite un aprendizaje acelerado, una relajación autógena y equilibrar los chakras. O los detectores de biomasa, que nos permitirán comprobar si tenemos fantasmas en casa.

    ¡Menudo timo!

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Fuente: Manuel Díaz Prieto – escepticos.blogalia.com

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