El fantasma de la deflación recorre Europa
Aunque la mayoría de los manuales de economía no dedica ni una línea a analizar el término de la deflación (como es el caso de Mankiw), hay que reconocer que el fantasma de la deflación comienza a recorrer Europa. Es algo que ya se vive con la caída de los precios inmobiliarios y con el derrumbe de los precios de los activos y los salarios. De esto trata la deflación: de una caída general de precios. La deflación afecta la caída general de los precios de una manera sostenida, constituyendo un tema más complejo de resolver que el de la inflación.
Las causas y los efectos de la deflación hay que buscarlos en la complejidad de las fuerzas económicas. En términos simples, la deflación es una condición macroeconómica en la cual un país experimenta una sostenida reducción de precios. Y aunque en algunos casos se puede creer que es positivo que los precios bajen, dado que se piensa que este hecho permite aumentar la cantidad demandada de un bien (desplazamiento a lo largo de la curva de demanda), si este fenómeno se prolonga en el tiempo puede arrastrar a la economía a una situación de pesadilla.
En primer lugar, una baja continua de los precios afecta a las empresas dado que reduce beneficios y el exceso de oferta genera una mayor presión a la baja de los precios, obligando a las empresas a reducir sus costos de producción, reducir los salarios de los empleados, despedir trabajadores, terminar lineas de producción o cerrar plantas de trabajo (fenómenos que ya comienzan a ser conocidos). Todo esto con el alto costo de aumentar más el desempleo y propagar la incertidumbre en la cual la gente cierra las puertas al consumo y la inversión. Y esto a su vez no hace más que retroalimentar el ciclo perverso de una mayor contracción económica.
Al mismo tiempo, los planes de austeridad exigidos por la Troika también alientan el hundimiento de los precios y de la actividad económica, como se constata con la caída de los precios inmobiliarios y el derrumbe del sector construcción. Como el gobierno no puede encontrar una manera de aumentar el gasto de consumidores y empresas, y no cuenta con el manejo de la tasa de interés o la devaluación de la moneda, no puede estimular la economía con herramientas exógenas.
Peor que la inflación
Por esto se considera que la deflación es peor que la inflación: en tiempos de inflación, los gobiernos pueden reducir el gasto y fomentar el ahorro mediante el aumento de las tasas de interés, pero no pueden hacer lo contrario para alentar el gasto durante la deflación, tampoco pueden bajar los tipos de interés nominales a un nivel negativo, o por debajo de cero. La austeridad y el ahorro de las familias ante la incertidumbre potencia este fenómeno de hundimiento de precios.
La deflación ejerce un impacto negativo en la situación económica de un país dado que actúa como un impuesto sobre los prestatarios y los titulares de activos líquidos. Como la rentabilidad ajustada al riesgo de los activos se vuelve negativa, alienta a los inversionistas a tener el dinero en efectivo en lugar de invertirlo en valores o proyectos. Esto conduce a la formación de un concepto tan teórico como fundamental que se conoce como trampa de liquidez, también deshechado de los manuales de economía tipo Mankiw. Aunque para Mankiw la trampa de liquidez no existe, es un momento muy vinculado a la situación actual que vive el mundo donde la economía se estanca pese a que la tasa de interés nominal está muy cercana a cero.
La deflación desalienta la inversión y el gasto y conlleva una caída en la demanda agregada. A nivel de teoría monetaria esto se aprecia con la reducción que sufre la velocidad de circulación del dinero, reflejado en el número de transacciones comerciales. Esto conduce también a la contracción en el suministro de dinero y obliga a los bancos centrales a inyectar dinero para mantener el esquema artificialmente a flote. como lo ha hecho la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el Banco de Japón.
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Fuente: Marco Antonio Moreno – elblogdelsalmon.com