Timos contra la vejez
Cuentan las leyendas artúricas que sólo los caballeros de corazón puro podían dar con el Santo Grial. Al cáliz (utilizado en la Última Cena, y en el que José de Arimatea recogió la sangre de Cristo) se le atribuían propiedades mágicas, como curar las heridas o ser fuente inagotable de alimento. De hecho, el Rey Arturo, Lancelot du Lac y otros paladines medievales dedicaron sus esfuerzos a perseguir aquella fuente de eterna juventud.
Hoy en día, la búsqueda continúa. Mientras los científicos estudian las causas de la vejez, algunos productos se han apropiado de esas investigaciones para defender sus bondades rejuvenecedoras. Así, tal y como señalaba un comité de expertos estadounidenses sobre la denominada medicina antienvejecimiento, «el público es bombardeado por libros y anuncios de productos que supuestamente restablecerán su apariencia y fuerzas de juventud, como antioxidantes, DHEA, hormona de crecimiento… Aunque cada una de esas intervenciones está, al menos en la distancia, relacionada con algunas observaciones experimentales, la población debe ser consciente de que, para la amplia mayoría de esos remedios, no se ha probado su seguridad, y de que hay pocas o ninguna evidencia de su eficacia en ensayos en humanos». En su momento el 'New England' (que en su día publicó un trabajo sobre la hormona de crecimiento) vuelve a recordar que «actualmente no hay ningún medicamento que retrase o invierta el envejecimiento».
Y los hijos del baby boom comenzaron a marchitarse… Aunque la búsqueda de la eterna juventud es tan antigua como la propia Humanidad, ése fue el origen de los nuevos tratamientos antienvejecimiento que empezaron a triunfar en EEUU durante los 90.
Antioxidantes, suplementos nutritivos, melatonina, DHEA, hormona de crecimiento… «La aparición contemporánea de este movimiento se erige sobre las promesas a los babyboomers -que crecieron durante los 60, en una etapa centrada culturalmente en la juventud- y sobre los recientes descubrimientos científicos que, aparentemente, tenían una posible relevancia para ralentizar el proceso de senectud en humanos», escribía la historiadora Carole Haber en su artículo Antienvejecimiento. ¿Por qué ahora? Lo cierto es que, precisamente ahora, «aunque hay razones para pensar que los progresos continuos en salud pública y ciencias biomédicas contribuirán en el futuro a unas vidas más sanas y largas, los productos que se están vendiendo no han demostrado científicamente su eficacia», advertía hace un año un manifiesto de "Scientific American" (No Truth to the Fountain of Youth, algo así como Ninguna verdad sobre la fuente de la juventud) firmado por 51 prestigiosos biogerontólogos.
En los últimos meses estos expertos en la biología del envejecimiento han seguido publicando trabajos en la misma línea, pues consideran que «el negocio de lo que se ha venido conociendo como medicina antienvejecimiento se ha convertido en los últimos años en una industria de miles de millones de dólares tanto en EEUU como en el extranjero». Por ejemplo, muchos de los escritores que han alimentado esta corriente al otro lado del charco (Deepak Chopra, Jean Carper, Walter Pierpaoli…) ya campan por las librerías españolas.
España.
Y es que esta lucha sui generis contra la senectud «ya está llegando a España», aclara José Manuel Mayán, director de la titulación de Gerontología de la Universidad de Santiago de Compostela. También aquí «se está empezando a hablar de remedios antiaging [que es como se denomina en EEUU esa corriente] y están apareciendo clínicas antienvejecimiento que ofrecen una serie de tests biológicos», agrega este experto, quien aclara que actualmente «las intervenciones eficaces van en otra línea [el cuidado de los hábitos]».
Esas clínicas suelen ofrecer planes de salud supuestamente personalizados que incluyen programas de reposición hormonal, así como suplementos vitamínicos y antioxidantes.
Iñaki Martín Lesende, coordinador del Grupo de trabajo de Atención a los Mayores de la SemFYC (Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria), señala que incluso al centro de salud se acercan personas «pidiendo melatonina o preguntando por suplementos, si bien se demandan más productos para la pérdida de memoria, que sí están al alcance de la receta». «Todavía no existe la histeria de EEUU», coincide José Manuel Ribera, jefe del Servicio de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos, si bien este experto aclara que «la advertencia [en contra de esos remedios] también hay que hacerla aquí».
Y es que muchos de los milagros contra el paso de los años ya están al alcance de los españoles. Incluso aquellos que no están autorizados (como es el caso de la melatonina o la DHEA) «son fáciles de conseguir», aclara Mayán.
Así, existen numerosas páginas web que ponen al servicio del usuario paquetes contra la edad (DHEA, melatonina y progesterona) u ofertas especiales (del estilo «lleve cuatro y pague tres» o tamaños familiares) de alguno de estos productos para frenar la vejez. Precisamente, 'The New England Journal of Medicine' presentaba sendas quejas a los fiscales generales de Massachusetts y Nueva Jersey (EEUU) porque «recientemente, un gran número de anuncios en Internet ha incluido sentencias acerca de suplementos dietéticos [que dicen estimular la producción de hormona de crecimiento (HC)] que podrían llevar a creer, erróneamente, que una investigación publicada en el 'New England' apoyaba los reclamos hechos por esos fabricantes», según explica el editor de la revista en el número del pasado jueves.
Falso reclamo.
Hace más de una década, la prestigiosa publicación recogió un trabajo realizado en 12 varones (mayores de 60 años y con deficiencias de la hormona) que recibieron inyecciones de HC. Tras seis meses de tratamiento, los participantes presentaban un aumento de la masa corporal y de la densidad mineral ósea, lo que ha hecho que muchos fabricantes apelen a aquella investigación para promocionar sus milagros antiedad, sin recordar, por ejemplo, que «no se sabe si la administración a largo plazo de la hormona de crecimiento en ancianos puede ser dañina», aclara otro trabajo publicado en el último número de la revista.
«Los empresarios antienvejecimiento están tomando ventaja a los científicos legítimos, al apropiarse de nuestras investigaciones, prolongando y exagerando nuestros hallazgos por encima de nuestras perspectivas y vendiendo sus pócimas al público con la proclama de que hay ciencia detrás de ellas», señalaba el año pasado Jay Olshansky, uno de los firmantes del informe de 'Scientific American'.
«Tomando sólo una serie de datos se les otorga a esos remedios un efecto de eterna juventud», aclara Mayán. Así, se pasa del hecho constatado de que muchos niveles hormonales empiezan a decrecer con los años a afirmar que compensar esa caída puede frenar el paso de los años. Pero, precisamente, los tratamientos de este tipo que han mostrado tener cierto efecto frente a los problemas asociados a la edad (como es el caso de la HC o, incluso, de la terapia hormonal sustitutoria) suelen presentar efectos secundarios, lo que «invalida las hormonas para todo el mundo. No se puede generalizar, hay que hacer intervenciones a medida, valorando los riesgos y beneficios», aclara Jaime Miquel, ex jefe de la división de patología experimental de la NASA.
Incluso en el caso de los suplementos antioxidantes (los compuestos que tratan de equilibrar el daño oxidativo que producen los radicales libres en las células), que «son muy poco tóxicos, no se pueden recetar generalizadamente», añade este experto. Según el mencionado artículo de 'Scientific American', «aunque los antioxidantes pueden tener ciertos beneficios en alguna gente, hay relativamente pocas evidencias en humanos de que lleven a una reducción del riesgo de trastornos asociados a la edad o del ritmo de envejecimiento».
Aunque estos productos no sean ningún elixir de juventud, el papel de los radicales libres sí que es una de las líneas de investigación abiertas sobre el proceso de senectud. Tal y como señala Miquel, «en la comunidad científica, prácticamente existe consenso acerca de que el envejecimiento empieza con la oxidación de las células».
«Ahora podemos comenzar a conversar sobre la biología de este proceso. Los investigadores se han preguntado por qué y cómo avejentamos y están apareciendo algunas respuestas», señala un especial sobre el tema publicado en la revista Science esta semana. Precisamente, una revisión recogida en ese número apunta a otra de las hipótesis que se barajan para frenar los efectos de la edad: la restricción calórica. Esta medida ya ha demostrado aumentar la longevidad de animales de laboratorio, lo que «sugiere que una nueva categoría de medicamentos podría prevenir o retrasar las enfermedades del envejecimiento con pocos efectos secundarios».
La publicación también revisa otros de los campos de interés de la investigación biogerontológica, como los mecanismos genéticos implicados en el proceso de senectud (de hecho, ya se han identificado en animales de laboratorio una quincena de genes asociada con los años de vida).
«Con la genética y las células madre se van a ver grandes avances, pero no a corto plazo», aclara Miquel, quien recuerda que por ejemplo, lleva años hablándose de los telómeros (los extremos de los cromosomas, que se van acortando a medida que el organismo se avejenta), aunque todavía sin aplicación práctica. Con los avances en estas y otras áreas -como los mecanismos de regeneración celular y la prevención de la aterosclerosis, los tumores o el Alzheimer- «retrasaremos el envejecimiento de algunos sistemas, pero no se logrará reparar toda la maquinaria», aclara.
«Por la vía de los medicamentos, no vamos a prolongar la esperanza de vida. Más que alargar el sistema, hay que intentar no gastarlo. Hay que tratar de no acelerar la vejez y, en ese sentido, funcionan las medidas preventivas», agrega Ribera.
Hábitos.
«Buscar una sustancia que sea una fuente de juventud es algo difícil, porque tener años no es una enfermedad. Lo que hay que perseguir es un envejecer exitoso, es decir, prevenir la dependencia», aclara Javier Gómez Pavón, secretario general de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. «Si se ha prolongado la esperanza de vida es por factores ambientales y sanitarios. Y en ellos hay que seguir incidiendo», apostilla Martín Lesende.
Todos los expertos consultados coinciden en que la mejor opción para prolongar la vida es vigilar los hábitos, incluso en la senectud. Es decir, cuidar la dieta (que no sea excesiva, aunque sí equilibrada y variada), la práctica frecuente de actividad física moderada, evitar el tabaquismo, seguir participando en la sociedad, cumplir los chequeos médicos prescritos… «Esa es la medicina antienvejecimiento que podemos hacer», aclara Miquel.
Tal y como señalaba el lema del Día Mundial de la Salud de la OMS en 1999, no se trata de sumar años a la vida, sino de dar vida a los años.
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Fuente: Isabel Espiño – digital.el-esceptico.org