Vitaminas en su justa medida
Casimir Funk |
El nombre amina vital o vitamina fue propuesto en 1912 por el bioquímico polaco Casimir Funk, para designar la sustancia activa presente en un extracto, obtenido de la cáscara del arroz, que curaba la enfermedad del beriberi. Aunque dicha sustancia ha recibido diversas denominaciones durante el siglo XX, actualmente se la conoce como tiamina o vitamina B1.
No obstante, la historia de esta vitamina comenzó algunos años antes: En 1898, tras el Desastre español, cuando el gobierno de los Estado Unidos tomó el control de las islas Filipinas. Una de las primeras acciones del gobierno americano fue intentar mejorar las condiciones de vida en las prisiones. Entre otras medidas, se decidió que el arroz consumido por los presos debía estar limpio y blanco, por lo que se impuso el uso de arroz descascarillado y pulido. Como resultado, el número de afectados por el beriberi, enfermedad común en los países de la zona en aquella época, sufrió un considerable aumento en las prisiones.
Christiaan Eijkman |
La relación del beriberi con el consumo de arroz sin cáscara era, sin embargo, algo más que una sospecha incluso en 1898. Un año antes, el holandés Christiaan Eijkman (que posteriormente sería galardonado con el Nobel de medicina por sus estudios) descubrió que las gallinas alimentadas con arroz sin cáscara desarrollaban polineuritis (enfermedad similar al beriberi) (*), en tanto que las que lo comían con cáscara permanecían sanas. Fue de hecho en el extracto de la cáscara del arroz donde la tiamina se aisló por primera vez, en 1910, gracias al trabajo de Umetaro Suzuki, que había trabajado con extractos de la cáscara de arroz de manera independiente a los estudios de Funk.
En el otro extremo de esta digresión sobre las vitaminas, pero ocurrida en la misma época que los trabajos de Funk, se sitúa la historia del explorador antártico de origen suizo Xavier Mertz, la primera persona cuya muerte fue atribuida a un «envenenamiento por vitamina A». En noviembre de 1912, Mertz y sus compañeros sufrieron un accidente durante su exploración de la Antártida. Tras caer por la grieta de un glaciar, perdieron buena parte de sus víveres y herramientas. Alejados de la base a una distancia de unos 500 kilómetros, sólo disponían de comida para diez días.
Al no tener raciones suficientes, decidieron alimentarse de los perros de tiro, lo que llevó a Mertz a envenenarse por un exceso de vitamina A, procedente del hígado de los perros. El 7 de enero de 1913, a pocos kilómetros de la base, Mertz, debilitado y con dolores en el estómago, murió entre delirios.
En nuestros días, el riesgo de morir por un exceso o un defecto de vitaminas es muy bajo (al menos, por lo que respecta a los países más ricos). Sin embargo, el abuso en el consumo de suplementos vitamínicos podría estar convietiéndose en un problema médico real. Estudios científicos cada vez más numerosos alertan de que su consumo excesivo, lejos de prevenir el cáncer y otras enfermedades, como algunos consumidores de estos preparados creen, puede recortar la esperanza de vida.
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(*) Polineuritis: Inflamación simultánea de varios nervios periféricos.
Fuente: Alberto Soldevilla Armas – Ciencia para impacientes (aitri.blogspot.com)